Rochel media unos 3' pies de estatura, y unas 35 libras, pelo largo y ensortijado, heredó de la madre dos maravillosos hoyuelos que se le hacían en ambas mejillas. Contaba con grandes ojos color miel y unas pestañas largas y exquisitas lo que provocó que al nacer la pediatra la llamara "The long eyelashes girl" pero lo que la caracterizaba a la corta edad de 4 años era su sonrisa pérfida.
Entró sigilosamente a la habitación de su madre, aprovechando que no estaban los gigantes para detenerla. Empezó a hurgar en las gavetas del armario como si se le hubiese extraviado una valiosa joya...
Apresurada, rebuscaba y rebuscaba... ¡hasta que por fin encontró lo que buscaba! Unos caramelos en envolturas de papel azul brillante con un nombre mágico. Abrió uno, vio que tenía divisiones, lo partió en dos; se lo llevó a la boca y entonces, hizo un gran hallazgo.
Fue a la habitación de Maya, su hermana mayor y la invitó a comer los chocolates que la madre guardaba tan celosamente en su armario. Le dio a comer:
—Maya come, come, todos los que quieras, hay muchos, mami no lo sabrá... Maya comió golosamente devoró más de 10 chocolates...
Cuando la madre regresó del trabajo, encontró en el piso las envolturas de los chocolates que come cuando el estreñimiento no la deja ir al baño. Horrorizada llamó a las niñas y le preguntó:
—¡Niñas! ¿quien de ustedes ha comido estos chocolates? ¿Cuántos han comido? ¡No son golosinas! ¡Son medicinas!
Maya le respondió:
—¡Mami, Rochel me dio los chocolates y me dijo que podía comer todos los que quisiera, pues habían muchos!
—¿Y tú cuantos comiste? —a seguidas le preguntó a Rochel, quien con su mirada traviesa y voz de angelito musitó:
—Solo los probé, no saben igual de buenos que los chocolates que papi me trae.
Maya no pudo asistir a la escuela en los días siguientes, pues los chocolates la pusieron de la cama al baño...
©Lourdes Batista